martes, diciembre 01, 2009

Zoléscuela




La otra noche estuve espiando la escuela que queda justo atrás de mi cabeza, cuando duermo mirando una luz amarilla que me señala una dirección que no tiene sentido.

Esa misma noche, me percaté que había siete luces prendidas permanentemente y una intermitente. Siete salones de clase tenían la luz prendida a la hora en que la luna empieza a bajar. Y en la cancha de fútbol de la escuela, las farolas alumbraban de manera intermitente.

Yo me quedé soñando con mi niñez.

Y al abrir los ojos, me encontré con un mañoso espectáculo de mi incrédula fe. De las luces intermitentes aparecían niños. Y gatos negros. Niños y gatos negros. Se movían en maneras desordenadas y prendieron más luces.

Prendieron todas las luces de la escuela y ya no se veía sino las sombras de terciopelo calcinante.

Cuando empezaron a bailar, yo decidí acostarme a dormir. No soporto a la parca bailando y a nosotros, los felices, volviéndonos tristes infelices.

Cuando me quedé dormido, sólo pude soñar con niños felices corriendo por una escuela que tenía de escolta al sol.

“Hay que reírse un poco que la muerte siempre está,
Vamos a hablar de algo que nos haga divertir
Que de tanta sonrisa la muerte se va a inhibir”

1 comentario:

Alejandra M dijo...

No hablare del escrito... Estoy intento comunicarme contigo... ojala y leas el mail que te envie...mmm si puedes escribeme

Aleja